Se trata de una disciplina artística reciente pero es también uno de los inventos que más ha revolucionado la sociedad en poco más de un siglo, hablamos, por supuesto, del cine.
Todo buen cinéfilo sabrá que la imagen en movimiento nació en 1895 de la mano de los hermanos Lumière. En la ciudad de Lyon puede visitarse su casa museo, con una exposición que recorre los pasos que se han dado a lo largo de la historia en el deseo del hombre por captar el instante y fijarlo para la posteridad. El museo Lumière se ubica en una villa diseñada por Antoine Lumière, padre de los famosos hermanos y que habitó este lugar hasta su muerte en 1911.

Desde la cámara oscura inventada por Leonardo da Vinci en el siglo XVI, comenzamos la visita recorriendo cronológicamente la invención del cine. Se puede contemplar un ejemplar del primer cinematógrafo inventado en 1895, artilugio sin motor que servía para grabar, sacar una copia de la película y proyectarla. La primera proyección de este nuevo arte tuvo lugar en el Grand Café de París el 28 de diciembre de ese mismo año.
Además de la sala multimedia donde poder ver algunas de las películas o fotografías de los hermanos, una última sala recoge los comienzos de la industria cinematográfica con ejemplares y anuncios de los primeros productos para el gran público.
Pero la visita no acaba aquí, cruzando el parque podemos descubrir el primer decorado de la historia del cine donde los hermanos Lumière rodaron La salida de la fábrica en 1895. Cabe señalar que cada 19 de marzo, los habitantes de Lyon se visten de época para ponerse delante de la cámara y volver a rodar esta primera película que revolucionó la historia del arte.
Dato curioso: ¿sabes qué significa cinematógrafo? Cinematógrafo viene del griego kinema, que significa movimiento, y graphe, que significa imagen. Así que los hermanos Lumière nombraron, con acierto, a su invento imagen en movimiento.
Sin embargo, la pasión de Lyon por el séptimo arte continúa. Cerca de la Catedral, en pleno Vieux Lyon, encontramos este museo dedicado a las famosas colecciones de cine y a las miniaturas. Y todo en ello en un marco inmejorable: un palacete del siglo XV.
El acceso al museo es por la calle Saint Jean. Nada más entrar, subimos las escaleras que nos llevan a descubrir la primera de las exposiciones: la dedicada a las colecciones de cine. En los 1000 m² que tiene la exposición podemos encontrar más de 450 piezas auténticas. Desde escenarios y maquetas hasta disfraces y máscaras de películas que todos hemos visto alguna vez. El objetivo de esta exposición es honrar a los técnicos y artistas que se encuentran detrás de cada una de las escenas que forman una película y, aunque es mayor la fama de los actores y directores, sin el resto del equipo la producción sería imposible.
El museo también funciona como taller de restauración, recuperando piezas dañadas de películas y exponiéndolas junto al resto de la colección.
Una mención especial merece toda la colección reunida sobre la película El perfume (Perfume: the story of a murderer). El museo ha conseguido varios de los escenarios de la obra Tom Tykwer (incluido el de la foto que cuenta con un cadáver), lo que convierte el museo en una cita ineludible para todos los fans de la película.
Colección de miniaturas
La creación de miniaturas es un arte que los antiguos egipcios ya practicaban hace 4.000 años. Las colocaban en las tumbas escenificando la vida cotidiana de los fallecidos.
Dani Ohlman es el fundador de este museo de miniaturas, quien dedicó 25 años a la creación de estas escenas. El proceso de realización de miniaturas empieza con la toma de fotografías y medición del escenario original. Tras la fase de diseño, se construye la obra a escala, completando el trabajo en varios meses. Es sorprendente el efecto de verosimilitud que la cámara provoca sobre los miniescenarios.
Y, hablando de cine, no existe mejor forma de despedirnos que con una mítica frase de «El Retorno del Rey»:
“A más ver, mis valientes hobbits. Mi labor ha concluido. Aquí, a la orilla del mar, digo adiós a vuestra compañía. No diré: no lloréis. Pues no todas las lágrimas son amargas.” — Gandalf