
Lo que hoy es un lugar para la memoria y museo, fue realmente el campo de concentración nazi de Auschwitz – Birkenau, un complejo de veinte hectáreas que se considera el mayor campo de exterminio y el único conservado tal como fue entonces en su forma original.
Quizás por ello, visitar Auschwitz es como volver al pasado y poder detectar a cada paso el sufrimiento, el horror y la crueldad más inhumana impregnando las paredes de los barracones y hasta el oxigeno que flota en el ambiente marcado por un característico aroma que muchas personas detectan en cuanto acceden a las instalaciones y que no saben definir.

Situado a unos 43 km de Cracovia, lo que conocemos de forma genérica como Auschwitz es un enorme complejo formado por distintos campos de concentración creados por la Alemania nazi en territorio de la Polonia ocupada durante la II Guerra Mundial.
Bajo la dirección del Heinrich Himmler, una de las personas más influyentes y poderosas del Tercer Reich y jefe de la Gestapo, el campo fue ampliado en 1942, incluyendo la construcción de las cámaras de gas, hasta tener unos cuarenta y cinco campos de concentración funcionando como satélites de este primero. Entre ellos el propio Birkernau. Se puede decir que Auschwitz era un centro para prisioneros políticos mientras que Bikernau, uno de sus campos satélites, era la auténtica máquina de matar.

En 1947 fue fundado en sus mismas instalaciones el Museo Estatal de Auschwitz-Bikernau, un monumento de recuerdo a las víctimas de los crímenes de guerra alemanes cometidos en la Polonia ocupada, y en 1979 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

La historia es más que sabida aunque debería serlo más para que jamás se nos olvide. Cualquier persona puede buscar y encontrar en internet los miles de datos e historias que se desprenden de aquel lugar, impregnado de muerte y sufrimiento.
Millones de personas pasaron por sus instalaciones, tanto por la principal como por sus “delegaciones”: polacos, judíos, gitanos, homosexuales, comunistas, disidentes del régimen político del Tercer Reich. La ideología nazi, basada en un odio visceral a todo lo democrático y con la fuerte convicción de pertenencia a una raza y estirpe superior del pueblo alemán, desarrolló entre estas paredes y en estos campos las formas más abyectas e inhumanas de crueldad y desprecio por la vida, acompañado de la fatal creencia de poseer un deber moral que les imponía liquidar y exterminar a aquellas gentes que de un modo u otro, ellos consideraban inferiores.

El alto grado de deshumanización para con los prisioneros, llevó a los oficiales y a los soldados a la creencia de que estos no eran seres humanos que merecieran ningún respeto o dignidad sino que eran, más bien, animales u objetos sin alma que impedían el progreso y la pureza de su raza y por tanto, debían ser exterminados, borrados de la faz de la tierra.
La entrada del campo, sobre los rieles de trenes que en su momento transportaron a miles de personas ya es impactante. El infame letrero de hierro que hay en el arco superior y que reza “El trabajo os hará libres” es una muestra monumental de su grado de cinismo y desprecio. Pese a lo que en realidad era el campo, en él se formaron diversos grupos de trabajo, talleres y emplazamientos en los cuales las empresas alemanas afines al régimen explotaban a los prisioneros como obra de mano esclava. Se llegó a formar hasta una orquesta que desempeñaba diversas funciones, desde dar conciertos para los oficiales en sus fiestas privadas hasta dirigir las marchas de los soldados.

Sensaciones
Viajar y conocer la historia en su origen es uno de los grandes privilegios que la vida me ofrece. Como historiadora, visitar Cracovia y Auschwitz era una deuda pendiente. Conocer, ver y escuchar los relatos en el lugar donde se cometió la más vergonzosa historia de la humanidad ha sido por momentos bastante difícil, pero ahora, más que nunca, necesitamos echar la vista atrás y conocer bien la historia para que jamás se repita.

Entrar en Auschwitz es ver claramente hasta dónde puede llegar la depravación humana, pero sobre todo, se impone una reflexión profunda sobre las bases de las políticas actuales en muchos países donde la extrema derecha retoma sus mismos discursos de odio adaptados al siglo XXI.

Lo más terrible y doloroso, pero necesario, fue ver los objetos personales de aquellas personas; sus lentes, sus zapatos, su pelo, las maletas con las que viajaron y que, seguramente, guardan algunas esperanzas. Los botes de líquido que se convertía en gas al contacto con el vapor de las duchas. Ver los arañazos en las paredes tratando de escapar nos da una dimensión del horror y del miedo que aquellas personas pudieron sentir, de las últimas sensaciones o pensamientos que tuvieron.


Quizás por ellos es por lo que debemos visitar Auschwitz, para que el recuerdo de todos ellos siga vivo, para que sus muertes no hayan sido en vano, para que podamos palpar el fanatismo y la intolerancia, el odio y así podamos distinguirlo cuando lo escuchemos.
Hay que visitar Auschwitz pese al dolor porque no podemos permitir que la sinrazón silencie la historia y que todos aquellos actos no sean al menos recordados en memoria de quienes dieron su vida por la libertad.
Hay que visitarlo para no olvidarlos, para devolverles la dignidad y la humanidad que un día quisieron arrebatarles.